ArtÃculo enviado por Adrián Robledo
Bueno, sÃ. Es un lÃquido y entra por la boca. Pero no es una bebida.
En este paÃs nadie toma mate porque tenga sed.
Es más bien una costumbre, como rascarse.
El mate provoca exactamente lo contrario que la televisión: te hace conversar si estás con alguien y te hace pensar cuando estás solo.
Cuando llega alguien a tu casa, la primera frase es “hola” y la segunda “¿unos mates?”.
Esto pasa en todos los hogares, ya sean ricos o pobres.
Pasa entre mujeres charlatanas y chismosas, y pasa entre hombres serios o inmaduros.
Pasa entre los viejos de un geriátrico y entre los adolescentes mientras estudian o se drogan.
Es lo único que comparten los padres y los hijos sin discutir ni echarse en cara.
Peronistas y radicales ceban mate sin preguntar.
En verano y en invierno.
Es lo único en lo que nos parecemos las vÃctimas y los verdugos; los buenos y los malos.
Cuando tenés un hijo, le empezás a dar mate cuando te pide.
Se lo das tibiecito, con mucha azúcar, y se sienten grandes.
SentÃs un orgullo enorme cuando un esquenuncito de tu sangre empieza a chupar mate.
Se te sale el corazón del cuerpo. Después ellos, con los años, elegirán si tomarlo amargo, dulce, muy caliente, tereré, con cáscara de naranja, con yuyos, con un chorrito de limón…
Cuando conocés a alguien, lo invitás a compartir unos mates. La gente pregunta, cuando no hay confianza: “¿dulce o amargo?”. El otro responde: “como tomes vos”.
Los teclados de Argentina tienen las letras llenas de yerba. La yerba es lo único que hay siempre, en todas las casas. Siempre. Con inflación, con hambre, con militares, con democracia, con cualquiera de nuestras pestes y maldiciones eternas.
Y si un dÃa no hay yerba, un vecino tiene y te da. La yerba no se le niega a nadie. Éste es el único paÃs del mundo en donde la decisión de dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre ocurre un dÃa en particular. Nada de pantalones largos, circuncisión, universidad o vivir lejos de los padres.
Acá empezamos a ser grandes el dÃa que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates, solos. No es casualidad. No es porque sÃ. El dÃa que un chico pone la pava al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto, es que ha descubierto que tiene alma. O está muerto de miedo, o está muerto de amor, o algo: pero no es un dÃa cualquiera.
Ninguno de nosotros nos acordamos del dÃa en que tomamos por primera vez unos mates solos. Pero debe haber sido un dÃa importante para cada uno.
Por adentro hay revoluciones. El sencillo mate es nada más y nada menos que una demostración de valores…
Es la solidaridad de bancar esos mates lavados porque la charla es buena.
La charla, no el mate.
Es el respeto por los tiempos para hablar y escuchar, vos hablás mientras el otro toma y viceversa.
Es la sinceridad para decir: “¡basta, cambiá la yerba!”.
Es el compañerismo hecho momento.
Es la sensibilidad al agua hirviendo. Es el cariño para preguntar, estúpidamente, “¿está caliente, no?”.
Es la modestia de quien ceba el mejor mate.
Es la generosidad de dar hasta el final.
Es la hospitalidad de la invitación.
Es la justicia de uno por uno.
Es la obligación de decir “gracias”, al menos una vez al dÃa.
Es la actitud ética, franca y leal de encontrarse sin mayores pretensiones que compartir.
Ahora vos sabés: un mate no es sólo un mate…